...que le doy mucha importancia a cosas que realmente no lo tienen. Pero mi hermana es así: va por la vida como si nada pudiera tocarla.
Yo no puedo, soy demasiado susceptible a las palabras o, mejor dicho, a la forma en que son usadas, especialmente si se trata de aislar o hacerle daño a la gente. No es que particularmente me importen las críticas malintencionadas. Son como esas piedritas en el zapato, que te sacudes de vez en cuando, para seguir caminando cómodamente. Pero, igual que un grano de arena dentro de una ostra, puede formar una perla...cierto uso constante del lenguaje puede llegar a convertirse en una roca muy pesada, como para aguantarla permanentemente.
Conozco personas (algunas inclusive amistades mías) que se sorprenden cuando, de repente (o frecuentemente) se me escapan un par de tacos (o "malas palabras", que les dice una amiga mía) en situaciones donde la incongruencia me abruma...pero eso sí, no pueden vivir sin opinar sobre la vida de los demás. Cuando sus "doctas " o "decentes" opiniones se hacen de frente, no hay problema, porque uno tiene la opción de no apropiárselas, o de analizarlas, de devolverlas respetuosamente o, directamente, de mandar al carajo al entrometido o entrometida (o al infierno, o a la chingada...como decimos en México) en cuestión.
Pero cuando los comentarios son hechos a espaldas de los demás, la cosa es grave porque, además de asesinar una reputación, se convierte uno en cómplice, ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión, a veces por el simple hecho de estar presentes. Y es que los entrometidos necesitan, a falta de argumentos , testigos que avalen, propaguen e incrementen sus "perlas" de sabiduría.
¿Malas palabras? No existen, lo que hay son malas intenciones, ganas de disminuir los éxitos del otro o mucho tiempo libre que perdemos en lugar de aprender o hacer algo de provecho, que nos beneficie o beneficie a los demás. Las dichosas "malas palabras", son como esas "malas compañías" de la canción de Sabina: son las mejores, en ciertos casos.
Las otras, las "buenas palabras" que esconden mala leche, comienzan siempre con algo así como:
- Con todo respeto, pero...
- No es que a mí me importe, pero...
- No es que a mí me guste el chisme (o cotilleo o marujeo, como le llamen ustedes), pero...
- Prométeme que no se lo vas a decir a nadie, pero...
Lo que tengo claro es que, cuando a uno le dicen una de las frases anteriores, es mejor conectar el traductor a un idioma extraño, para no escuchar. O mejor, retirarse del centro del chisme (afectiva y físicamente), dejar claro que uno no es el cesto donde puedan tirar toda la basura que se les antoja, sobre otra persona y...este...pues mandarlos directamente al carajo (o al infierno, o a la chingada), si siguen insistiendo en lo de hacerte cómplice.
PD:
Perdón por la entrada poco amable de hoy, pero la vida es así: viene en muchos sabores, colores, olores y texturas.
6 comentarios:
Hola Incombustible,
pues sí que hay semejanzas entre nuestras entradas, pero te juro por el disco de 19 días y quinientas noches que no había leído la tuya antes de publicar la mía.
En cuanto a lo que dices, yo a veces me gano fama de antipático porque procuro no hablar nunca mal de nadie. Odio los chismes, los cotilleos y todas esas cosas que son piedras en el zapato como tú dices.
De todos modos, estoy con brujaroja en el comentario que hizo en mi entrada, hay que tener claro quién te dice las cosas. Me duelen las palabras de seres queridos, pero las de personas que me importan poco, es difícil que me puedan doler sus palabras por dañinas que estas sean.
Un abrazo
Rafa
Y yo te juro, por el Alivio de luto del que estoy saliendo, que tampoco me leí tu entrada antes de escribir la mía jajajajaja.
Lo que dice Brujaroja es verdad: las palabras que duelen son las que provienen de tus afectos. Las de gente que no te importa no duelen...pero igual indignan, vayan o no dirigidas a mi persona.
Leía a uno de tus comentaristas que decía "Qué difícil es el ser humano". Yo agregaría que es mucho más difícil SER humano.
Gracias por pasar de nuevo por aquí.
Te duelen las palabras que te lanzan con propósito de herir, claro que te duelen. Son palabras, aire, pero duelen porque son síntoma de pensamientos y sentimientos, de coraje, de dudas, de resentimiento... Hay personas que no lo entienden y te tachan de susceptible, pero ¿qué le vamos a hacer? Uno nace grande o bajito, susceptible o pasota, rubio o moreno. ¿Es mucho pedir que las palabras te acaricien en vez de zaherirte?
Tengo un regalo para ti en mi espacio. Pasa a buscarlo.
Besos
Querida amiga, gracias por tus palabras en mi espacio por el premio.
Paso a decirte ahora que los "peros" benditos, nos envenenan la vida. Te entiendo yo soy como vos, no tolero de ninguna manera la "mala leche" y realmente no me fijo en como contesto a estas gentes. Si me he dispuesto desde hace un tiempo ya, a no ser cortez con estas personas y hacerles saber que yo no estoy dispuesta a seguirles el juego. Con las palabras y con los hechos.
Aqui decimos, "una buena puteada, y a cagar". Perdón si ofendo a alguien pero pienso como vos, que las malas palabras no existen y si las malas intenciones.
Usa tus alas, que tu arte te salva y tambien tu don de gente. Y si te fallan siempre tienes las mias.
Besos
Muchas gracias Miriam, Cecilia y begoyrafa... yo considero, como el más grande y sublime de las creaciones humanas, al lenguaje. Es, a través de las palabras, como el hombre comunica sentimientos, ideas; como aprende y se relaciona con el mundo. Sin embargo, como toda herramienta útil, hay quienes la emplean para mejorar y hay quienes la usan para destruir. ¡Qué se puede hacer al respecto? Pues precisamente apartarse de los destructores y alzar la voz, utilizar el lenguaje para mitigar el posible daño.
Luego, para reforzar nuestras alas, acudir con la gente que eleva la herramienta lingüística, al nivel de arte, tal como lo hacen cada uno de ustedes en sus respectivos blogs.
Por eso, Miriam, me he sentido muy orgullosa de compartir ese premio que me has dado, con toda la gente que escribe en tu espacio, porque toda ella tiene siempre una palabra amable, una caricia verbal que, sin duda, refleja lo mucho que han influído tus escritos en su vida.
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